lunes, 24 de mayo de 2010

VIII. Conclusiones

Después de haber incursionado brevemente en la vida de los marinos españoles en los siglos XV-XVI, podemos conluir que no todo aquél que se subía a un barco era un marino, como hemos visto aún cuando su conocimiento acerca del uso de los instrumentos o de la operación de las naves marítimas, todos jugaban un papel importante para un exitoso resultado de los viajes -entendiendo como exitoso el llegar con vida a tierra firme- por lo tanto, quienes tenían que subirse a una embarcacion sin tener más remedio que hacerlo en verdad lo padecían. De esta manera podemos ver que la vida en alta mar hacia el siglo XVI es mucho más que datos, fechas y registros, es un universo que se mantiene encapsulado en una densa masa de agua, a veces amiga y a veces mortal compañera. Podemos entenderlo como la contra parte de la tierra firme, en la cual los hombres eran curtidos por el sol, el hambre y el frío. No entendían de modales, poses o delicadezas en sus maneras –no había tiempo. La mar les reclamaba a cada tanto se mantuvieran unidos y atentos. Dentro de las embarcaciones cada pieza, cada hombre, cada movimiento estaba indicando no sólo el curso en un derrotero, sino también la orientación que la historia llegaría en los siglos subsecuentes, puesto que las áreas implícitas en estas travesías estaban entrelazadas; tanto los intereses comerciales, como las ambiciones de expansión territorial dentro de un imperio o bien la insaciable sed de conocimiento y exploración. La vida idílica de los marineros plasmada en los cuentos rosas, en donde existe un capitán bien parecido, una bella doncella y un pirata malvado, dista mucho de la realidad. Hacia el siglo XVI no había tiempo para las buenas maneras, puesto que en las naves existía todo tipo de precariedades, una falta casi total de higiene y atención médica, así como una deficiente alimentación. Muestra de esto es el testimonio de Fray Antonio de Guevara que manifestaba “si por haber merendado castañas o haber cenado rábanos, al compañero se le soltares… ya me entendéis, has de hacer cuenta hermano, que lo soñaste y no decir que lo oíste.


Es privilegio de galera que todas las pulgas que salten por las tablas y todos los piojos que se crían en las costumbres y todas las chinches que están en los resquicios, sean comunes a todos, anden entre todos y se repartan por todos y se mantengan entre todos…” (1).


Habrá que mencionar también que las técnicas de conservación de los alimentos aún era bastante precaria, por lo tanto éstos tendían a ser consumidos en pleno estado de putrefacción, al igual que el agua, eso sin contar con el hecho de que la gente que estaba habituada a pasar largas temporadas en alta mar no pasaba por todas las penurias que atravesaban quienes estaban por primera vez en un barco. Continuando con la descripción que rescata José Luis Martínez de Fray Antonio de Guevara podemos apreciar la impresión que tenían los miembros de la tripulación que no estaban acostumbrados a estos viajes: “si la mar es alta o hay tormenta y al pasajero se le desmaya el corazón, desvanece la cabeza, revuelve el estómago, se le quieta la vista y comienza a dar arcajadas y a echar lo que ha comido y aun se echa en el suelo, ninguno de los que están mirando de auxiliará y sostendrá la cabeza, sino que todos muertos de risa, te dirán que no es nada, sino que te prueba la mar, esando tú para espirar y aun para desesperar" (2).


Por otra parte, no hay un registro preciso de la primera mitad del siglo XVI que refleje con exactitud la presencia de médicos o gente que pudiera auxiliar a la tripulación y, no es sino hasta 1554 que se fijan las primeras leyes para la higiene dentro de las embarcaciones, aunque éstas eran meramente paliativas, puesto que consistían en barrer, limpiar cada mes sobre cubierta y perfumar con romero una vez por semana (3)y no será sino hasta 1555 cuando se decreta la presencia de un barbero, un año después la del boticario, quienes tenían la obligación de llevar sus instrumentos de trabajo. La figura del médico aparece oficialmente hasta 1598.


Por lo tanto considero que haber sido gente de hombres al mando, gente de cabo o gente de remo en los siglos XV y XVI era una de las experiencias más extremas que alguien pudiera adquirir en su vida, -no en vano era necesario llegar a reclutar gente en contra de su voluntad para las incursiones hacia la mar. Por eso, desde ahora y durante el transcurso de mi vida veré con admiración y respeto la vida de aquellos hombres que sabían cuándo partían, más no tenían la certeza de volver a pisar tierra firme.

http://www.youtube.com/watch?v=N1mkABQBfs0

1José Luis Martínez, “Pasajeros de Indias. Viajes trasatlánticos en el siglo XVI”, FCE, 1999, México,D.F., p.110.

2 María Luisa Rodríguez-Sala, “Cruzar el Atlántico al servicio de la enfermedad: los cirujanos en las “Flotas de los galeones” o de “Tierra firme”, siglo XVI, p.11.

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