martes, 25 de mayo de 2010

VI. El reclutamiento del personal marino

Por otra parte, la vida en alta mar no era una aventura como la que se nos representa dentro de la industria hollywoodense. La realidad tiene que ver más con deserciones y amotinamientos. En términos generales el capitán de la flota tenía poderes judiciales sobre la tripulación a su cargo y en caso de fuga sobre las personas que hubieren ayudado a dicho acto, se les enjuiciaba por haber proporcionado cobijo, armas o municiones al prófugo. Las penas aplicadas a los desertores eran bastante estrictas, yendo desde castigos de más de cien latigazos y cinco años de galeras a la prohibición de no volver jamás a las Indias, o bien otra pena imputada era morir por descuartizamiento, al amarrarle al condenado a cuatro galeras sus respectivas extremidades y ordenar su marcha en sentido contrario. Estas sentencias podrán parecer demasiado extremas; sin embargo, obedecen a circunstancias que se creaban alrededor de las deserciones, por ejemplo el retraso de las naves para zarpar y esto se traducía en pérdidas para el capital que financiaba estas expediciones.

Los amotinamientos tenían otro origen, éste estaba ligado a la falta de paga la cual era dada en parcialidades; es decir, una parte antes de salir del puerto y otra al llegar, sin embargo, esto no siempre se cumplía y era cuando surgían los conflictos dentro de la misma tripulación, especialmente entre los soldados.

El capital requerido para poder costear las cruzadas marítimas debería cubrir diferentes tipos de gastos, los cuales iban desde el aprovisionamiento de los alimentos –avituallamiento-, el reclutamiento de marinos y hombres de guerra. Ésta era –por los datos obtenidos- una tarea titánica, puesto que para hacerse a la vida en alta mar no solía ser una actividad a la que se unieran voluntarios en abundancia, por lo tanto, había que recurrir a un reclutamiento forzado.

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